Dinorah Gutiérrez
Vivir un proceso electoral desde adentro no debe ser cosa simple.
Lo que los ciudadanos conocemos como actividades de campaña, proceso electoral o simplemente candidatos, parece remitirse a un sólo momento importante: el día de la jornada electoral. Sin embargo, una contienda electoral implica no sólo planeación, sino capacitación, disposición, recursos y, sobre todo, actitud. Es en un proceso electoral donde muchos ganan simpatías, pero también donde se prueba a los verdaderos amigos.
Ser protagonista en un proceso electoral implica,
hoy más que nunca, no sólo ser postulado por un partido que ofrezca propuestas
claras y realizables, sino también es necesario mostrarse creativo y racional,
aunque al mismo tiempo sensible de lo que el ciudadano busca en un candidato.
La pauta la define en gran medida el estilo personal de cada aspirante a un
cargo popular. La mayor parte de los votantes se inclina por la simpatía del candidato
y su carisma determina el éxito o fracaso de su postulación.
La determinación con la que el aspirante ingresa a
la contienda define, indiscutiblemente, el manejo de su imagen a lo largo de su
campaña. Sin embargo, un candidato no puede perder de vista que estar en la
palestra significa no sólo un buen discurso o demostración de habilidades
comunicativas. La congruencia entre lo que se dice y se hace es la base para
endurecer o allanar el camino durante el proceso electoral.
Mucho se ha conocido en las últimas semanas sobre
la vida “expuesta” de los aspirantes a ocupar alguno de los codiciados puestos
de elección popular. Sus propuestas, sus ambiciones, sus compromisos. Pero muy
poco se sabe acerca de las estratagemas y “manoseos” en los que una elección
podría caer para garantizar al menos una porción del suculento menú de la
política local.
Nada es simple ni se deja al azar al momento de
participar en una contienda electoral. El desgaste en la imagen de los
candidatos es un riesgo innegable y sólo la confianza y apoyo del equipo más
cercano, además de su propia fuerza interior, permite el avance esperado en el
proyecto político.
Vivir la democracia no debería ser producto de
fórmulas matemáticas, pero esa parece ser una de las formas más recurrentes para
planificar electoralmente los resultados de una contienda. Otto Von Bismarck
solía decir que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la
guerra y después de la cacería”.
Sin embargo, en la población existe un vago
malestar con la política que, aunque no debe ser confundido ni con una apatía
ni con un rechazo a la democracia, sí ejerce un importante liderazgo en su
comportamiento al estar frente a las urnas.
Ignorar este aspecto podría representar un factor
de riesgo para el transcurso de la elección. A ningún partido, grupo político o
candidato puede olvidársele que el poder está hecho para servir, no para
mandar.
Independientemente de lo que cada candidato ofrezca
durante el proceso electoral local, sólo la madurez y voluntad de los electores
podrá definir el rumbo político del estado más grande de la República, en cada
uno de los 67 municipios y para la conformación del Congreso del Estado.
Sólo faltan algunas semanas para definir quiénes
ocuparán cada una de las sillas resultantes de este ejercicio democrático que,
como siempre sucede, ha estado salpicado no sólo de colores, sino de sabores
desde el más amargo hasta el más dulce.
Las ofertas son variadas. Los discursos
pretenciosos y las sonrisas contrastantes. Nadie tiene la certeza de conocer el
destino que la voluntad ciudadana otorgue, pero algo si es claro: este proceso
electoral tendrá que ser una enseñanza intensa para los protagonistas. Un paso
noble en el avance de la construcción de un mejor lugar para vivir y un trazo
firme de lo que la democracia puede lograr para el bienestar común.
Un poco de “Aire Fresco” al proceso electoral en
Chihuahua no le vendría mal a nuestra incipiente democracia.
“A mi juicio, el mejor gobierno
es el que deja a la gente más tiempo en paz.”
Walt Whitman