EL NEGOCIO
DE LA LÁSTIMA
Por Dinorah
Gutiérrez
Dar
limosna no siempre significa ayudar al necesitado, sino más bien, limitar su
capacidad de valerse por sí mismo por carecer de las condiciones adecuadas para
dignificar su existencia. Salvo excepciones, quienes piden en los cruceros y calles de las ciudades, no
sólo buscan vivir de los demás, sino salir adelante con sus propias vidas.
Compasión
y lástima son dos asuntos diferentes. La primera invita a un proceso de
humanidad y solidaridad con el prójimo en carencia o dolor; sin embargo, la lástima denota una limitante
acción de socorrer al desvalido sin otorgarle el favor de la duda. La dignidad
y el chantaje son temas incompatibles.
Si
bien es cierto que la técnica del chantaje; la imagen miserable de la necesidad
humana, a muy pocos no les conmueve, muchas de esas personas dedicadas a “pedir
ayuda”, han encontrado en la acción de generar lástima, una buena manera para
hacer negocio. Incluso casi se ha profesionalizado la actividad, al grado de
confundir lo temporal para proveer recursos, con una forma de vida permanente.
El
reto de salir adelante es personal, familiar, social… Sin embargo, las
condiciones de convivencia ciudadana las establecen complejos factores que
superviven en la cotidianeidad, sin que ello signifique comprenderlos a
profundidad. Sólo sentimos los efectos de una mala o buena decisión de un
gobernante, cuando afecta los bolsillos.
Los
problemas de la supervivencia actual tendrían que ser explicados con mucho más
que una fórmula macroeconómica o una
exposición retórica. Y tampoco deberían ser explicados y mucho menos resueltos,
bajo una visión simplista, puesto que el desafío es colectivo.
Somos
parte de un sistema y no estamos aislados de lo que a los demás les ocurre. Si existe el negocio de la lástima, quizá
sea porque a alguien le funciona y obtiene una satisfacción. Está el que
recibe, pero también el que da para calmar su conciencia y sentirse mejor ante
el dolor ajeno. No obstante, las acciones individualistas en muy poco
contribuyen a una solución de fondo a los problemas que como sociedad padecemos.
Y la miseria es un problema de todos.
Recordar
quienes somos, de dónde venimos y en quienes queremos convertirnos, implica una
observación detallada de nuestro entorno, nuestros semejantes y todo aquello
que está más allá de nuestro propio cuerpo. Porque somos parte de un todo y
ninguno de sus elementos puede quedarse fuera… Un organismo funciona, cuando
todos sus componentes funcionan, de lo contrario, todo el organismo terminará
por enfermar también.