junio 06, 2013

EL NEGOCIO DE LA LÁSTIMA
Por Dinorah Gutiérrez

Dar limosna no siempre significa ayudar al necesitado, sino más bien, limitar su capacidad de valerse por sí mismo por carecer de las condiciones adecuadas para dignificar su existencia. Salvo excepciones, quienes piden en  los cruceros y calles de las ciudades, no sólo buscan vivir de los demás, sino salir adelante con sus propias vidas.

Compasión y lástima son dos asuntos diferentes. La primera invita a un proceso de humanidad y solidaridad con el prójimo en carencia o dolor; sin  embargo, la lástima denota una limitante acción de socorrer al desvalido sin otorgarle el favor de la duda. La dignidad y el chantaje son temas incompatibles.

Si bien es cierto que la técnica del chantaje; la imagen miserable de la necesidad humana, a muy pocos no les conmueve, muchas de esas personas dedicadas a “pedir ayuda”, han encontrado en la acción de generar lástima, una buena manera para hacer negocio. Incluso casi se ha profesionalizado la actividad, al grado de confundir lo temporal para proveer recursos, con una forma de vida permanente.

El reto de salir adelante es personal, familiar, social… Sin embargo, las condiciones de convivencia ciudadana las establecen complejos factores que superviven en la cotidianeidad, sin que ello signifique comprenderlos a profundidad. Sólo sentimos los efectos de una mala o buena decisión de un gobernante, cuando afecta los bolsillos.

Los problemas de la supervivencia actual tendrían que ser explicados con mucho más que una fórmula macroeconómica  o una exposición retórica. Y tampoco deberían ser explicados y mucho menos resueltos, bajo una visión simplista, puesto que el desafío es colectivo.

Somos parte de un sistema y no estamos aislados de lo que a los demás les  ocurre. Si existe el negocio de la lástima, quizá sea porque a alguien le funciona y obtiene una satisfacción. Está el que recibe, pero también el que da para calmar su conciencia y sentirse mejor ante el dolor ajeno. No obstante, las acciones individualistas en muy poco contribuyen a una solución de fondo a los problemas que como sociedad padecemos. Y la miseria es un problema de todos.

Recordar quienes somos, de dónde venimos y en quienes queremos convertirnos, implica una observación detallada de nuestro entorno, nuestros semejantes y todo aquello que está más allá de nuestro propio cuerpo. Porque somos parte de un todo y ninguno de sus elementos puede quedarse fuera… Un organismo funciona, cuando todos sus componentes funcionan, de lo contrario, todo el organismo terminará por enfermar también.